La noche del 30 de diciembre recibo el primer mensaje de Loredana. Me pide ayuda para su hermano de 46 años, que sufre de melanoma y me deja un teléfono para contactarla.
Aunque era el cumpleaños de mi hijo, me digo a mí misma: “Hago una llamada rápida”, y así comienza esta pequeña historia.
El hermano de Loredana, a quien le diagnosticaron un melanoma en una pierna hace unos meses, tiene dos tumores de 2 y 3 centímetros en el cerebro y la situación tampoco es muy buena a nivel digestivo.
El hermano no puede caminar y Loredana me pide ayuda para contactar un oncólogo, dado que debido a la situación de emergencia en el sistema de salud, muchos de sus chequeos y terapias saltaron en 2020.
Así comienza un intercambio entre ella, los oncólogos y yo, en un intento por comprender la situación y cómo ayudar a encontrar posibles alternativas terapéuticas.
En los próximos días, entre fin de año y el 1 de enero, nos mantenemos en contacto. Enviamos los análisis y los resultados de los últimas estudios a dos profesores, en Nápoles y en Roma.
Ambos entienden que hay muy poco que se pueda hacer para combatir el cancer.
El hermano, que acababa de terminar las sesiones de radioterapia para intentar detener las metástasis cerebrales, pierde fuerzas en cuestión de horas. Quiere levantarse pero no puede.
Loredana pide la visita de un oncólogo a domicilio.
Desde ese día de principios de enero, el hermano comenzó con la terapia para paliar el dolor.
Poco después, ya no puede comer y comienza a no poder dormir. Se agita en estado semi-consciente; y nadie en la familia duerme.
Finalmente llega una ambulancia, pero no lo ingresan a ningun hospital.
Empiezan a darle oxígeno para tratar que descanse mejor y aumentan la terapia contra el dolor.
Loredana reza, llora por teléfono. Y yo, no puedo evitar llorar con ella.
Ayer por la tarde, el hermano comienza a tener “ataques epilépticos”. Loredana me llama desesperada por encontrar un neurólogo.
Le digo: “Me temo que lo que tiene tu hermano no son convulsiones epilépticas, sino la consecuencia de los tumores cerebrales que crecen minuto a minuto. Creo que hemos llegado al final del camino, por favor pedi que lo hospitalicen ”.
Loredana llama al oncólogo y reservan una ambulancia para esta mañana.
Desafortunadamente, no llegó a tiempo. La muerte llego primero.
El hermano de Loredana falleció durante la noche de ayer.
Un mensaje de voz de Loredana me llega muy temprano hoy por la mañana.
Y la impotencia se mezcla con la ira. Y lloro por un extraño, como si fuera un querido amigo.
Llevo una historia similar sobre mis hombros: mi joven marido murió de melanoma a los 37, hace 14 años.
Todavía duele recordar su lucha agonizante contra la más absurda de las muertes.
Entiendo que no somos inmortales, pero ¿estamos seguros de que este paciente habría tenido la misma suerte y el mismo pronóstico si no existiera esta emergencia sanitaria y se hubieran hecho los controles necesarios?
En estos 14 años, la ciencia ha hecho grandes avances. ¿Es posible que una persona todavía pueda pasar por todo este dolor? ¿Que una familia debe experimentar todo este tormento?
¿Cómo podemos luchar contra el melanoma, ese cáncer cruel que se cobra la vida de tantos jóvenes, si ademas un virus, nos pone un palo entre las ruedas?
Mi oración esta hoy con Loredana y sus seres queridos. Espero que a su hermano la tierra le sea leve y haya volado directo a abrazar la eternidad.
Pero esto no esta bueno. Esto no está bien.
Los pacientes necesitan tratamiento.
Se deben realizar las terapias y no prorrogar las visitas medicas.
El melanoma no espera a que el virus se detenga y pase esta emergencia de la salud.
El melanoma continúa su viaje mortal.
Depende de nosotros detenerlo. La prevención nunca ha sido tan fundamental.